El INTA Manfredi se ha consolidado como un actor clave en el desarrollo del maní argentino, un cultivo en el que el país ocupa el primer lugar mundial en exportaciones. Desde este centro se generan avances estratégicos en mejoramiento genético, sanidad, ecofisiología y manejo agronómico, con un fuerte componente de articulación público-privada. Los programas de investigación y el banco de germoplasma —uno de los más importantes del mundo— brindan al sector manisero herramientas para enfrentar los desafíos productivos, sostener la competitividad internacional y proyectar el crecimiento de la actividad en el mediano y largo plazo.
La velocidad con la que avanza el mejoramiento genético del maní suele chocar con la ansiedad de los productores y del sector comercial. “En esta área hay que ser muy pacientes. Generar un nuevo genotipo demanda muchos años de trabajo: se establecen poblaciones, se seleccionan individuos élite y se estabilizan hasta obtener un producto comercial. Eso no se logra de un año para el otro”, explica Ricardo Haro, ecofisiólogo del INTA Manfredi.
El especialista diferencia entre introducir genotipos de otras regiones y adaptarlos a distintos ambientes, y el trabajo de los programas locales de mejoramiento. “Hoy contamos con genética de primera línea, indistintamente del criadero o el programa. Lo vemos año a año en los concursos de rendimiento: la genética pega saltos enormes. Sin embargo, insisto en que aún hay prácticas de manejo por ajustar, porque si se optimizan, la genética se expresaría mucho más”, señala.
Haro advierte que no todos los materiales funcionan igual en todos los ambientes. “No es lo mismo sembrar en La Pampa, en el norte de Córdoba o en Buenos Aires. Cada región tiene su ambiente y para cada uno el genotipo ideal es distinto”, remarca.
Manfredi, dos pilares de investigación
El INTA Manfredi concentra dos ejes centrales para la actividad manisera: el programa de mejoramiento genético —a cargo del Dr. Jorge Baldessari— y el módulo experimental de maní, que dirige el propio Haro.
Baldessari tiene bajo su responsabilidad un banco de germoplasma con aproximadamente 4.500 accesiones, lo que lo ubica entre los cinco o seis más importantes del mundo. “Es una genética que vale oro, porque allí hay rasgos valiosos para la adaptación y mejora del cultivo en distintas condiciones”, destaca Haro.
En paralelo, el módulo experimental funciona como un “laboratorio a cielo abierto” de 40 hectáreas, donde se articulan INTA y AGD en proyectos público-privados. Allí trabajan múltiples disciplinas: nutrición, agricultura de precisión, fenotipado con drones, imágenes satelitales, ecofisiología, bioproductos, PGPR (promotores de crecimiento) y entomología, entre otras.
Sanidad, manejo y biotecnología
Respecto a los desafíos sanitarios, Haro subraya los avances en la lucha contra Fusarium, una de las principales amenazas del cultivo. “Recientemente se liberó un genotipo con tolerancia a Fusarium, algo tan importante como lo fue el manejo del carbón. Es un logro enorme del Dr. Baldessari y su equipo, en articulación con institutos de Estados Unidos”, resalta.
Si bien aún falta camino en biotecnología y en el desarrollo de tolerancias a otros patógenos, los avances son firmes. “Uno quisiera tener ya un maní tolerante al carbón, pero es un desafío genético muy complejo. Vamos lento, pero a paso seguro”, señala.
Por otra parte, Haro advierte que muchos problemas de campo tienen que ver más con el manejo que con la genética. “Hay cuestiones como la densidad de siembra, las fechas y hasta la distancia entre hileras, que muchas veces no se ajustan. Los productores reclaman también mejoras en maquinaria para acompañar estos cambios. No siempre la solución viene de la genética, sino de integrar mejor las tecnologías”, concluye.