El maní argentino vive un momento de expansión territorial y tecnológica. Nuevas hectáreas en Buenos Aires, San Luis, La Pampa y el sur de Santa Fe amplían el horizonte productivo, pero también traen desafíos que la ciencia y la investigación buscan resolver.
Para Claudio Irazoqui, presidente del Centro de Ingenieros Agrónomos de General Cabrera y Zona, el gran desafío está en el mejoramiento genético. “En ese trabajo está el secreto de seguir evolucionando. Si logramos tolerancia a enfermedades como Sclerotinia, que cada año se lleva una parte importante de la producción, el salto productivo sería enorme”, sostiene.
Mientras el “carbón” ya cuenta con variedades resistentes, la Sclerotinia continúa afectando silenciosamente a los lotes, generando pérdidas millonarias.
Malezas resistentes y límites de los agroquímicos
El especialista advierte que los nuevos productos químicos son cada vez más difíciles de registrar por cuestiones de toxicidad y regulación. “El tema de las malezas resistentes es una piedra en el camino: habrá que aplicar mucha ingeniería y manejo para superarlo”, resume.
El uso de productos biológicos es, para el maní, una historia de éxito. “Recién en 2003 empezamos a usar inoculantes; hoy, entre el 90 y 95 % del área está inoculada. Eso permite fijar nitrógeno del aire en lugar de extraerlo del suelo”, explica.
La investigación avanza hacia combinaciones más complejas: “Ya probamos mezclas de inoculantes con bacterias y hongos como Trichoderma o Bacillus subtilis, que muestran un efecto sinérgico y pueden aportar entre 20 y 30 % más de rendimiento”, detalla.
Nuevos territorios, nuevos retos
La expansión hacia Buenos Aires presenta condiciones de suelo favorables, pero con otoños húmedos que dificultan la cosecha. “Si el otoño es seco, los rindes son excelentes; pero cuando llueve demasiado, gran parte del maní queda en el campo o se cosecha con dificultades”, advierte Irazoqui.